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Post Morten una pelicula de Pablo Larrin

Son las horas previas al golpe de Estado, los aviones pasan y los allanamientos, detenciones y asesinatos se suceden en un oscuro día en donde todo comienza a irse al despeñadero. Pero el “funcionario” (así se define él mismo) de la morgue, Mario Cornejo, no está al tanto. Su obsesión por su vecina (no es amor porque no hay entrega por el otro), bailarina del Bim Bam Bum, lo tiene desconectado de la realidad.

Post Morten una pelicula de Pablo Larrin

 

Esa misma vecina es hija de un dirigente socialista que apenas comenzado todo el horror es llevado detenido por los militares. Pero Mario no ve esto, tampoco el espectador. Todo esto se oye, mientras la cámara muestra a Mario en la ducha, no dándose cuenta de lo que está pasando. Esta escena es la que define Post Mortem y sus alcances. Tal como en Tony Manero (aunque acá es mayor), el protagonista de la nueva película de Pablo Larraín es parco, apático y extremo en sus actos casi hasta lo intolerable. Así es como Larraín lo inserta a él, su latente esquizofrenia, y al resto de los personajes en claros y fijos estereotipos. Todos entonces se definen más por  sus acciones que por un contexto, al que se hace referencia de manera gruesa y obvia a través de escenas como la del Bim Bam Bum, la de una marcha donde se grita “JJ CC” o al mostrar una calle desolada después. Una opción que hace que estos instantes poco influyan en el accionar de los personajes, pero más que nada hace que todo lo que ocurre entre más fácil en la metáfora o, más bien, en un juicio que en una recreación histórica. Así, Mario (Alfredo Castro) y su trabajo en la morgue representa una esencia histórica terrorífica anclada en una apatía fácilmente olvidadiza e influyente; Nancy (Antonia Zegers) a una inocencia falsa e interesada como forma de sobrevivir; el jefe de Mario, el Dr. Castilla (Jaime Vadell) al infantilismo discursivo de una izquierda traidora y vacía, lo mismo que el personaje de Marcelo Alonso. Finalmente, el rol de Amparo Noguera, asistente de Mario, es quien encarna la aplastada idea de construir un país mejor y queda sola en esa idea, como Allende. Se funda acá un juego riesgoso y quizás más extremo que en el filme anterior: no hay ninguna concesión a la esperanza, ni tampoco a la ambigüedad, convirtiéndola en un cuento de terror más denso que Tony Manero, en donde a veces la ironía y el patetismo servían de colchón. Donde además se dejaban cabos sueltos que aumentaban su interés. Post Mortem ve a la Unidad Popular y sus militantes no como portadores de una verdad o de un sueño a concretar, sino como la chispa de lo que vendrá: muerte y descontrol. Es ahí donde los “sin alma” como Mario salen a hacer lo suyo, un personaje guiado por un claro egoísmo triunfante. Él es quien carga los muertos, pero no los reconoce. Pero es ahí también donde la película deja en un callejón sin salida a otras perspectivas. La escena final deja más que claro esto último: ese castigo histórico que sería inevitable e incluso da la sensación que hasta merecido. Esa imposición es clara desde su puesta en escena. Siempre fija, apretando los personajes y con una dirección de arte minuciosa que acentúan los tonos opacos. Con enfoques y encuadres incómodos de ver y con una disparidad emotiva como aquella en donde pasamos de ver a Mario y Nancy llorando a mares en la mesa a luego ver un primer plano de ella mientras tienen sexo. Todo esto termina distanciando emotivamente a la película con el espectador, un distanciamiento que no busca una independencia reflexiva, sino todo lo contrario. El filme impone siempre lo que hay que pensar porque Larraín esta vez es más taxativo y manipulador que en Tony Manero, quizás se podría decir valiente también. Como en Fuga, todo viene dado y esto se comprueba con esa rara inclusión de una escena que anticipa caprichosamente el final y que derriba en algo el suspenso. Ello hace también que la insistencia con escenas extremas rayen peligrosamente el efectismo, además de insistir con personajes que no dejan muchas segundas lecturas (la gran deuda del cine de Larraín). Todo ello, poniendo a prueba la paciencia en algunos momentos. Así, Post Mortem siempre va más por el impacto que por la conmoción, por la imposición que por la ambigüedad. ¿Qué cambió con el 11 de septiembre, con el cuerpo muerto de Allende el cual se ve con su cabeza destrozada en la tan comentada escena de la autopsia? Con esa omnipresente oscuridad, con ese poco interés en definir el contexto socio político, con esos diálogos políticos de una izquierda bien básica, parece decir que bastante poco en cuanto al porvenir. Que la cosa venía podrida de antes y que sus consecuencias (la destrucción total) eran obvias. Esto vendría no sólo a contradecir a su director (quien ha hablado de esta propuesta como una intención de ser “amoral” con el contexto), sino también que la presenta como una película que no es finalmente fallida debido a su ambición por retratar tal período histórico de manera bien pesimista, a ratos enfermiza, y tan aplanadoramente determinista como esa imagen con la cual abre la película: debajo de un tanque en marcha. Una visión pre-apocalíptica (por así definirlo) que el cine chileno, desde las testimoniales La batalla de Chile, pasando por Llueve sobre Santiago de Helvio Soto hasta llegar a Machuca, no había entregado. Por que si en ellas Chile moría con el golpe, Post Mortem dice que éste sólo fue el tiro de gracia.

Cuando: Sabado 11 de Enero, 2014 | 12:00 pm

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Donde: Museum of Contemporary Art Chicago

Direccion: 220 East Chicago Ave, Chicago, IL 60611

La entrada es gratis con su boleto del museo

Telefono: 312.280.2660

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